Mi lugar feliz

Mi lugar feliz es uno en el que me gusta estar cuando cae la tarde, mirando por un ventanal desde el que pueda espiar como transcurre la vida de quienes no me conocen. Es un recodo mágico que trae el alivio a mis días tristes y donde juegan mis distintas personalidades, incluyendo la más consentida. Esa habitación fue construida especialmente para mi desahogo y está decorada con pequeños objetos que parecen premios. Por ahí, reposan el vaso con hielo, la ropa cuidadosamente seleccionada para atraer a la suerte, la manta sin usar porque calor es lo que sobra. Ahí puedo ser yo misma, todas ellas.

Esa estancia me recibe pensativa con muchos deseos apilados, con una necesidad absoluta de compañía y consuelo. Es testigo de cómo mis defensas van cediendo ante la maravilla de llegar a casa, ante la posibilidad de soltar alguna que otra carga, así sea momentáneamente. Allá, el claroscuro se vuelve tornasol y todo adquiere apariencia de acuarela. Mis recuerdos de ese espacio están en blanco y negro, pero los colores de lo ahí vivido están perfectamente reseñados en mi piel y no en la superficie, si no como una capa fantástica más allá de mi dermis. El verde que me permite una respiración tranquila luego del reel más desatado; el rosa reconciliándose conmigo por tantas veces que lo expulsé de mis mejillas, el naranja que nunca llega a ser de aurora, pero si poniente; el azul del cielo al que no veo porque ocupo mis ojos sintiendo.

Los muros de ese escondite reverberan hacia dentro, pero me aíslan del mundo circundante; me conceden el perdón a cada transgresión siempre y cuando haya sido previamente meditada y necesaria para mi alma. Estando ahí, puedo soñar despierta, desnudarme frente al otro, verme al espejo de su mirada y sostenerla por un instante eterno. El tiempo que paso en este aposento lo invierto hablando, pensando y riendo y a otras veces llorando mientras una sombra me escucha en silencio esperando para romperlo cuando mi cuerpo lo pida. A veces en ese lugar, el universo utiliza manos ajenas para acunar mi duelo y cual acción heroica sacarme con un beso del hueco en el que estoy cayendo.

Sus esquinas parecen aristas de un icosaedro y en muchas de sus caras se talla una puerta a un mundo imaginado, a una ciudad invisible que puede llamarse Berenice o Fedora, a una fantasía con un nombre inventado, que a veces es nombre de persona. A veces detrás de una de las puertas existe una humanidad entera o un mundo paralelo que no estoy dispuesta a conocer, al menos por ahora, pero saber que viajan conmigo tras una puerta sin llave me permite una especie de redención.

Este lugar es inventado, como un monumento en un valle de dudas, pero tan bello como si fuese real, es por supuesto, producto de mis querencias. No tiene una fachada reconocible ni una sección grandiosa, no está vestido con acabados de lujo ni tiene muebles para fingir una vida, tiene buen ángulo para los placeres pero no para las fotos y no es memorable para la vista pero si para el corazón, porque es un terreno seguro para mis culpas. Este lugar es tan real como puede serlo cualquier anhelo y será indefinidamente el lugar común a mí y a algún amor, para siempre contenido.

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